Primavera democrática necesita refugio
Hace 15 años la gente hablaba desdeñosamente sobre el buen gobierno y la integridad, ahora se observa un avance cauteloso. La corrupción y el abuso de poder parece ser hoy una cosa de los hombres viejos y de sus paladines. Exactamente, las generaciones jóvenes no aceptan los escándalos recurrentes en temas de corrupción. El símbolo más poderoso estos días es la estudiante Alaa Salah, de Sudan, envuelta en su larga túnica blanca, la misma ropa de boda de las madres y abuelas que llevaban durante las protestas contra la dictadura, en los años ’70. La deposición pacifica del mayor Bouteflika, como presidente de Argelia, la elección de Zuzana Caputova, de 35 años, como presidenta de Eslovaquia – una persona educada, tranquila, alejada de cualquier agresividad, calmada y sin sospechas ni acusaciones – y las, a veces hilarantes, demostraciones continuadas en contra de los regímenes autoritarios y nacionalistas en los países balcanizas, Polonia, Hungría y Rumania son esperanzadoras. También la población de Ucrania votó por un cambio de poder drástico e intercambió al oligarca por un actor. En Turquía el nuevo alcalde de Estambul Ekrem Imamoglu basa su campaña electoral en el amor, la amistad, la sonrisa, la paz y los niños. Cualquier cosa, menos el idioma bélico, de guerra, que utilizan tanto el presidente Erdogan como muchos otros gobernantes por las esquinas, que alzan excesivamente sus voces sobre amenazas, conspiraciones y enemigos. Resulta de esas iniciativas particulares, contundentes y esperanzadoras, una renovación que viene de dentro mismo de la sociedad y que parece auténtica. Se demuestra con ello que, aunque sean modestas, debemos prestarles todo nuestro apoyo. No harían falta programas a gran escala, con demasiado dinero ni demasiadas ambiciones, sino direcciones personalizadas y a tiro hecho, es decir, resueltos a actuar con toda seguridad, sin dudar del resultado a obtener. La germinación de la primavera, en muchos países, necesita su tiempo y tranquilidad para fructificar, echar raíces y crecer. Las botas de siete millas de las ampulosas organizaciones, ricas donantes, y tantos expertos occidentales dedicados, la están poniendo en peligro, arriesgando más de la cuenta.
Dar refugio
Pensamos que Europa y los países democráticos, podrían tratar de reducir mucho más el todavía gran poder e influencia de los oligarcas y dictadores. Aislarlos, rechazar o enfriar sus saldos bancarios y denegar el acceso a nuestros países a esa gente que llega, auspiciados por ellos, y acaban cometiendo delitos e incluso crimen. Es lógico, debido a nuestros valores europeos compartidos e impresionantes: respeto a la dignidad humana, libertad, igualdad y Estado de Derecho. Palabras formales que significan la misma como educado, la amistad, libres de agresiones y fundamentalmente la paz. Las ONG de donantes, atentas también a la formación, deben recalibrar su estrategia a la pregunta: Cómo podrían apoyar en una manera sostenible a los movimientos nuevos? No solo en sus países, en especial en los lobbys y hacia nuestros gobiernos, los institutos europeos y las empresas y sus relaciones de negocio. Sería la evolución perfecta de las primaveras, dando lugar entonces al advenimiento de verdad del verano.
Henk Bruning